2008-07-18

Otro comentario a una peli


Después de ver la película “Lágrimas del sol”, Antoine Fuqua (2006), es obligado hacer una entradita en TODOSCONALAS sobre las impresiones que nos produjo.
El filme, de temática bélica, cuenta la historieta de unos soldados de las fuerzas especiales de la marina useña (SEALs, puede que sean) que tienen por misión la evacuación de una ciudadana americana y de “un cura y dos monjas” en Nigeria, África. Las cosas se complican para el teniente Waters (Bruce “cara-cartón” Willis) y para sus hombres cuando la doctora americana, Lena Kendrick (Monica Bellucci), se niega a irse si no se evacúa también a los refugiados indígenas que hay en la misión. Waters acepta, pero sólo como estratagema para sacar a la Kendrick de ese infierno (“Dios no está en África”). Ni que decir tiene que tanto el cura como las dos monjas, como buenos fanáticos católicos, se quedan en la misión para bien morir, junto con el resto de refugiados que por no estar en condiciones no parten con los SEALs.
El conflicto entre dos etnias tribales del país es la causa de una matanza, que muchas veces se hace explícita durante la película. Pero hacia el final de la misma se toma partido por uno de los bandos, el de los que acaban de perder el poder a manos de “las fuerzas rebeldes”. Efectivamente, entre el grupo de refugiados se esconde el hijo del presidente, depuesto y ejecutado junto con toda su familia. Él es la última esperanza para la vuelta al poder de su tribu, pues no sólo es presidente sino también rey de los suyos, pero en especial para la restauración de la democracia que, dice, su padre defendía y, en consecuencia, para el progreso “del pueblo”.
Al margen de los giros y sorpresas, acciones bélicas y momentos dramáticos, la película muestra, o lo pretende, la transformación, en el sentido de “toma de conciencia”, del teniente Waters en un hombre que ya no puede “pasar de todo”. El teniente y sus hombres tienen que tomar partido, no sólo a favor de la persona cuyo rescate constituye el núcleo de su misión (la Bellucci), sino, y sobre todo, a favor de los refugiados que escapan de la matanza hacia Camerún. Todo ello, claro, con desprecio de sus propias vidas.
El momento más significativo, a mi juicio, del filme es cuando Waters, tras decidir que no abandonará a los refugiados y que les pondrá a todos a salvo, “saltándose sus reglas” respecto a no inmiscuirse en los asuntos internos de los países en los que “trabaja” y a centrarse en exclusiva en su misión (en su trabajo), es, digo, cuando Waters somete al juicio de sus hombres su decisión.
Junto a un río, con cientos de rebeldes pisándoles los talones, el teniente hace un alto en el camino y pregunta a sus hombres que les parece lo que están, de hecho, haciendo. La decisión está tomada pero, ojo, Waters quiere saber la opinión de los hombres bajo su mando. Sólo uno parece que pone reparos al asunto, quiere cumplir puntualmente con la misión y aconseja “soltar lastre”. También el mando superior, en un portaviones, aconseja por radio soltar lastre y cumplir puntualmente la misión, poniendo a salvo exclusivamente a la ciudadana americana. El resto de los hombres ya no ve a los refugiados como un paquete, se sienten implicados en la política del país, han tomado partido y además apoyan en todo al teniente, cosa que también, por supuesto, hace el soldado “disidente”. Todos están de acuerdo en la decisión a seguir porque el soldado que no lo estaba se somete sin más problema a la decisión de la mayoría. Aunque, ¿era una votación, una suerte de referéndum para optar por un determinado plan mejor que por otro, o era una simple encuesta sin valor práctico? En cualquier caso, el momento álgido llega cuando en un aparte, el segundo al mando, un afro-americano, le confiesa a su superior que ellos, los refugiados nigerianos, son su pueblo. Y que estaba harto de mirar para el suelo, y casi que los blancos, el teniente incluido, son como los rebeldes (también negros) de sanguinarios y desalmados. Hasta el punto de que Waters choca el puño al modo negro-rapero con su subordinado y le dice “por nuestros errores” (por los de él como blanco, claro).
Finalmente, antes de llegar a la frontera y ponerse a salvo, la pequeña unidad de Waters sufre muchas bajas, como también los refugiados. Pero en el último momento son salvados por los aviones useños que bombardean con precisión a los cientos de africanos rebeldes. Cumplida la misión, Bruce Willis mantiene la misma cara de cartón que al comienzo de la peli, sólo que ahora está más sucia y más sanguinolienta.
Hasta aquí el resumen de una película de relativo éxito en las taquillas y medianamente bien valorada por crítica y público. Lo que viene ahora es un apunte sobre las posibilidades ideológicas del filme.
Creemos que la ideología que pretende propagar “Lágrimas del sol” va por tres caminos, que mantienen un origen común. En el primero, sin duda, está el del valor de los soldados americanos. Se trata de un compromiso con “su trabajo” más que con el honor o con otros componentes míticos atribuidos a los guerreros. Ellos son profesionales, trabajadores extremadamente especializados que tienen una misión o tarea que realizar. Cualquier componente ideal, mítico o trascendental, queda eliminado. No hay ideal superior al que servir, no hay nación, honra ni orgullo en este sentido. Un segundo camino podría ser el de la “toma de conciencia” o “concienciación”. Se trata de un compromiso que mantiene el hombre consigo mismo y con la realidad que contempla. Aparecen dos modos de entender este compromiso: el religioso y el laico. Ejemplo del religioso son “el cura y las dos monjas” que tiende al fanatismo y que, en cualquier caso, se encuentra alejado de la realidad, aunque su labor pueda llegar a ser positiva para el mundo. Es un compromiso finalmente estéril, por poco práctico y tendente al martirio. En el caso del compromiso laico las cosas se muestran distintas. Es práctico, racional, quiere ayudar e incluso podría dar la vida por la causa que defiende (la humanidad), aunque no tiende a ello. Hay que recordar que una de las monjas está a punto de marcharse de la misión con los refugiados y la doctora, pero finalmente no lo hace y termina muriendo con el resto de los que se quedan. Sin embargo, la doctora (compromiso laico) que está allí “porque quería ayudar”, no duda en marcharse, aunque antes negocia con los soldados la mejor manera de evacuar a cuantos más mejor. Es curioso cómo la doctora renuncia con facilidad, en la negociación con Waters, a llevarse a los que no podrán encarar el viaje. También, en otro momento, aplica una eutanasia activa a una pobre mujer torturada por los rebeldes. Parece querer decirnos que su compromiso es a larga más positivo, pues enseguida se comprende que la mujer torturada (a la que le han cortado los pechos, violado, etcétera) no sobrevivirá a la marcha, y que si lo hiciese retrasaría al resto del grupo. Es razonable, pues, acabar con su vida. Por último está la idea de la democracia procedimental como forma política última y superior, a la que se someten el resto y en la que pueden llegar a integrarse. Ocurre por ejemplo esa integración cuando Arthur, el hijo del presidente asesinado (que aunque africano tiene nombre anglosajón), valora a su padre como un presidente democrático, al que se le presume necesariamente tolerante con las minorías tribales enfrentadas a la suya. Es entonces cuando su guardaespaldas explica al teniente que el padre de Arthur no era sólo presidente sino también el jefe de la tribu, cuya jefatura es hereditaria. O sea, que el siguiente presidente de la nación podría ser Arthur como legítimo representante-heredero del partido-tribu en cuestión. La forma monárquica tribal queda integrada en la maquinaria técnica de la democracia. Un sistema, por cierto, que vemos a diario en las informaciones emitidas por los telediarios, en “la realidad”, a propósito de las matanzas de opositores al presidente africano de turno que, al tiempo, son miembros de la tribu o tribus rivales.
Como decíamos más arriba, el alma de la película se encuentra en la trasformación del teniente Waters, en el sentido de incorporar al compromiso con su trabajo los componentes que le faltan para ser un “ser humano” completo (una persona, diríamos nosotros). En un momento de conversación con su superior el teniente pregunta al capitán, que le pide que “suelte lastre” y que “no se implique en la política interna del país”, si Arthur “no es un ser humano” digno de ser salvado. Los compromisos con “la humanidad” y con “la democracia” son los compromisos que con el compromiso con “mi trabajo” hacen al hombre persona humana, según parece querer decirnos el filme.
La verdad no entiendo como el crítico de la revista Rolling Stone, Peter Travers, cuya crítica está más abajo, puede considerar reaccionario el guión. A mi juicio es al contrario, es el perfecto guión progresista.

"El director Antoine Fuqua (Training Day) sabe filmar la acción, pero no puede salvar un trivial y reaccionario guión protagonizado por una estrella de Hollywood (léase América) que va de salvador del mundo." (Peter Travers: Rolling Stone)

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