2007-12-11

Cuando salí de Cuba


Ayer llegué de Cuba, cansado, sí, pero satisfecho por haber podido colaborar con la disidencia en su lucha contra el tirano barbudo y sus secuaces. Esta entrada no es más que una pequeña nota en lo que puedo contar, en lo que debo contar sobre la situación política y vital de los cubanos, y del deterioro de la que antaño fue la perla del Caribe.


La Habana es una ciudad arruinada hasta extremos insospechados para los que no han viajado a la isla o no se han dado una vuelta por el exterior de los espacios turísticos. Los edificios se caen literalmente a pedazos mientras sus habitantes pululan por las calles sin aparente oficio y en busca de constante beneficio. Clama al cielo el contraste entre las zonas turísticas, que en La Habana Vieja no son sino unos pocos metros cuadrados, a lo sumo una plaza, y lo que podemos encontrar a poco que nos alejemos unos metros de ellas. El antiguo explendor de la ciudad se nota en esos edificios cochambrosos que algún día fueron mansiones de estilo colonial o conventos o incluso grandes edificios de estilo internacional y que ahora deslucen sin cristales en las ventanas.


Todos y cada unos de los mitos de la propaganda comunista han de ser derribados, destruidos, triturados para que la "verdadera verdad" de la sanidad o de la educación cubana ocupe en nuestras conciencias el lugar que ahora llenan tan, en puridad, endebles mentiras. No hay que escarbar mucho en ellas. No hay que hacer profundos razonamientos. Basta con visitar Cuba y no permanecer junto a los centros de turismo o de recreo. Basta con ir a algún barrio un poco alejado del centro o dejarse llevar un par de manzanas más alla de la catedral por la curiosidad y las ganas de derribar un mito. Y el mito volará en pedazos.

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