2007-08-06

Hoy... huevos revueltos.


Lo que conocemos estéticamente como fusión no es sino la mezcla basada en los contenidos de “otras culturas”, “otros mundos” o de “el otro” con el fin de acercarnos momentánea y espectacularmente a “lo mejor de esos lugares y gentes”. La fusión es esencialmente tramposa, o sea no es sincera, y utiliza para lograr sus objetivos de cualesquiera recursos o efectos técnicos especiales para confundirnos y sumergirnos en su atmósfera oscura.

Venimos entendiendo por fusión la puesta en escena de ciertas producciones, que pueden ir desde las culinarias hasta las artes visuales, las musicales o incluso aquellas difícilmente encasillables en alguna categoría artístico-cultural, cuyo objetivo es presentar al espectador un objeto conformado por la unión de diversos materiales esencialmente desconectados los unos de los otros pero que tras la fusión operada por los autores ésta se vuelve sorprendentemente posible y curiosamente espectacular. De algún modo el nuevo objeto fusionado se nos muestra como un producto acabado que parece preguntarnos cómo es posible que nunca hubiéramos considerado que el pescado crudo y el guacamole jamás debieron estar separados o por qué el flamenco y la música de cámara nos parecían tan distantes.

Evidentemente detrás de las producciones artístico-culturales que denominamos fusión está la larga mano de la hipermodernidad, pero sobre todo la idea de la Aldea Global y de que en ella todo vale para garantizar al público un entretenimiento rápido y de una contundencia escénica lo suficientemente rotunda como para captar su atención el tiempo suficiente, normalmente escaso, de entre las variadísimas ofertas culturales que el mercado pletórico ofrece. La fusión es principalmente espectáculo, competición entre los representantes de una oferta global de bienes identitarios culturales que deben además renovar constante y aceleradamente sus productos.

La fusión es tramposa, entre otras cosas, porque puede aprovecharse del bajo nivel del público asistente a sus representaciones. A un público dispuesto a tragarse todo aquello que se le ofrezca con tal de que sea nuevo, entretenido y convenientemente presentado resulta fácil darle gato por liebre. Así, por ejemplo, no es necesario que el público sea entendido en gastronomía tailandesa o española para que pueda degustar una original creación gastronómica, fusión de ambas culturas, que mezcle, pongamos por caso, esos rollitos fritos rellenos de jamón serrano sazonados al curry tan sugerentes y divertidos. Más bien es necesario lo contrario, que el paladar de los comensales esté tan degradado o, también podríamos decir, abierto a la novedad y dispuesto a todo que apruebe con agradado y admiración la novísima creación. Esos productos no suelen durar mucho en el mercado y son excepcionales las combinaciones que han llegado a convertirse en clásicos, sin perjuicio de que ella mismas puedan reconvertirse una y otra vez bajo el mismo techo.

El revoltijo acaba siendo, con mayor o menor fortuna, la clave de la fusión. Toda vale dentro del todo revuelto, cuyo objetivo es el mero entretenimiento fugaz, ajeno a cualquier trascendencia o a la propia fidelidad que toda obra de arte se debe a sí misma.

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