2007-07-17

La colina del infierno.




Sin tregua. En esas estoy. El cochino y repugnante mundo que vivimos debe ser purificado por las manos de la Razón. Yo soy unos de sus más vigorosos dedos. Me llaman Paradox.

He completado mi entrenamiento diario y, de nuevo, tengo que salir en busca de los objetivos de mi Justa Reforma. Hace calor, así que llevo unas bermudas militares de camuflaje y una camiseta negra con la leyenda en blanco “ista, ista, ista... soy taxidermista”, que he comprado en un saldo. Por el mismo precio me han regalado dos slip de cotón y una cinta para el pelo de colores a rabiar. Calzo unas “convers all star” negras y remato el conjunto con unas gafas de lágrima que son el último grito. No voy armado. Sólo llevo mi inseparable Glock en los riñones, pegada con cinta adhesiva, y mi fiel navaja de desollar en la caña de las zapas.

En la calle. Las 4 de la tarde. 40 o 50 grados. Ni un alma a la vista. Deambulo abrasado intentando arrimar mi cuerpo a las fachadas en sombra. El calor no es que sea sofocante es que es subsahariano, negro como el infierno. Un mil leches pasa junto a mí arrastrando su lengua por los adoquines al rojo. Se detiene un momento. Dos lametones en las pelotas y sigue su camino con la cabeza gacha y con la misma parsimonia de antes. Entiendo que ese tipo de acceso a los genitales no da la felicidad. Sin embargo, la visión del simpático animal me ha distraído de mi misión, recordándome los anhelos de una juventud descarriada y falta en valores. Atento chaval, sigue con lo tuyo.

Veo un grupito de jóvenes a lo lejos, bajo el pequeño pinar en el parquecito de la colina, sentados en un banco y, me parece, fumando marihuana. ¡Qué jodíos! Quiero verificar la situación por si tuviera que actuar. Me arrastro con lentitud por el asfalto que se derrite bajo mi cuerpo, intentando situarme a su espalda y de cara al viento. En estas situaciones toda precaución es poca. Los pantalones que llevo son de buena confección militar, aguantan perfectamente las peores condiciones, incluso el alquitrán derretido. Sin embargo, la camiseta ha perdido parte de la leyenda. Ya no se sabe si soy taxidermista o equilibrista. Una pena. No quiero ni pensar en el estado en el que puede estar mi slip. En cualquier caso son las rodillas y los codos los que se llevan la peor parte. Decido dar por concluida la misión e ir al quiosco de la esquina a tomar un refrigerio mientras reviso los protocolos de actuación. “La retirada de hoy será la victoria de mañana”.

En la terracita soporto el calor con una buena jarra de cerveza y unos berberechos al natural que me han costado un riñón, pero que, ¡coño!, merecen la pena. Veo pasar la tarde ante mí, protegido como estoy por la fresca de esta buena sombra y por la rubia que me mira con la boca abierta. Con estos calores no hay quien haga Justicia. Decido observar el panorama y tomar notas mentales: tres Cristians hablando a voz en grito, una Jenny sacando al chucho con el ombligo al aire, Una pareja vestida de negro y con la geta hasta el suelo, los Guais que fumaban en el banco, pocos nenes con sus papis...

¿Cómo vivir en la ciudad sin tener la cabeza en otra parte?

2 comentarios:

Tetra Brik dijo...

No sé, ¿cómo?

Anónimo dijo...

Ni idea, tú.