2007-09-20

El hombre intranquilo


una nueva y escalofriante aventura de Paradox para disfrute del personal y reflexión del audaz.


Dudo. Dudo entre llevar conmigo la Glock o pasarme al clásico y fiable 38 Special. Dudo. Y como dudo, insisto.

Se acerca el otoño y, tras la vuelta de las vacaciones de los urbanitas, de ellos, pues yo no tomo nunca vacaciones, comienzo un nuevo curso de revolución y de justicia. Ambas ideas se confunden en un mismo proyecto, como se confundirán los sesos desparramados en las paredes de todos mis enemigos y de los malvados que inundan el mundo. Mi brazo sabrá llegar a todos ellos. Pero antes debo hacer la compra en el super. Los héroes también comemos.

En el Alcampo. ¡¡Jo, casi no lo soporto!! Cientos y cientos de metros cuadrados dedicados al consumo de las masas ávidas de nuevos productos, toneladas de comida fresca, preparada o envasada lista para servir de alimento a los miles de cenutrios que, como yo, pasan el día en este lugar a mayor gloria de la Ciudad y sus apestosos tentáculos. Los carritos repletos van y vienen. La gente es fea, sucia y gorda. Las familias gitanas mudan vestuario en los expositores listos a su disposición, mientras se alimentan con gran jolgorio de los bollos rellenos de chocolate que tanto les entusiasman. Envases y zapatos viejos se esconden bajo los estantes. Sé que ellos son producto de una sociedad que los margina. Aunque también podrían poner algo de su parte. Como esa señora, la del mantel por vestido y la redecilla en la cabeza, que no hace más que hurgarse la nariz y probar la maduración y estado de todas las verduras, frutas y hortalizas que se topan en su camino, sin decidirse por ninguna. La observo, escondido tras una pirámide de tetrabricks de leche. Avanza con su carrito con soltura profesional por entre el gentío. Cuando, ¡ops!, un niño tropieza con ella. La señora le sonríe con afecto al tiempo que le palpa la cabeza con destreza. Al parecer no está en su punto. El niño se aleja y yo relajo mi mano, que ya había aferrado el Magnun`44 con el que finalmente me aventuré a venir, disimulado bajo la camiseta de tirantes que llevo para confundirme con el medio hostil.

Avanzo con la normalidad más aparente que puedo fingir por entre la muchedumbre codiciosa y oronda, saludando a unos y a otros, como un yentelman, mientras voy inundando mi carrito con los artículos de primera necesidad que ocupan mi dieta ascética y espartana: un kilo de ganchitos rojos; tres bolsas de patatas fritas que dan al precio de dos; dos cajas de promoción de unos bollitos rellenos de una materia verde y pringosa que sabe entre dulce y menta y que me llevo para probar; unos botes de fabada y conservas varias; Choko-Crispis; Chips-ajoins, tostipanes... Y cerveza, que los egipcios ya la fabricaban.

Después de llenar el carro y de rellenarlo aún más con un montón de cosas que se me habían olvidado, como unas pizzas congeladas, las latas de maicitos, los lácteos indispensables, las necesarias hortalizas y los últimamente tan denostados embutidos, me dirijo con decisión a la cola de la caja. Esta es la parte más aburrida y donde mis sentidos han de estar más alerta, pues no pocos intentan pasar algo de matute. Al otro lado de la línea de cajas los atentos vigilantes jurados observan indiferentes los movimientos de los consumidores. Deslizo con disimulo el bote de queso en espray chedar que había guardado en mis bermudas hasta el suelo. Y con disimulo felino cojo una maquinilla de afeitar del estante que hay justo antes de la terrible jeta de la cajera, una Jenny con rabillos azules que le rozan las orejas enrabietadas de oro. Por suerte necesito la maquinilla, que para más fortuna es una de esas con vibrador, cinco cuchillas y luces de colores. Miel sobre hojuelas, pues no hay nada que me joda más que comprar cosas sin verdadera necesidad de ellas.

Me dirijo al aparcamiento cuando comprendo el significado de aquel sueño enigmático y angustioso que me desveló la pasada noche. ¿Qué hago ahora con el carrito repleto y sin haber traído el maldito coche?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Director:

Cuando habíamos olvidado las aventuras del maldito Paradox vuelven a fastidiarnos con otra de ellas, tan estúpida como las demás.

¿A qué vienen esas extrañas preguntas finales? ¿Cree que nos conmueven sus lamentos criptopseudopsicoiedes?

Váyanse a freir monas. O en su defecto dedíquense a la democracia.

Sushi dijo...

lo más importante son los maicitos

Anónimo dijo...

Va Vd. por el buen camino. No dude en recorrerlo hasta el final. Y recuerde: ninguna lata de tomate es tan real como la sangre.

A dijo...

eso