2007-06-12

Paradox en el gimnasio.


¡Ya está bien! He decidido poner coto a la grasa que comienza a rebasar las fronteras de mis tejanos. Más allá sólo se encuentra el abismo. He decidido acercarme a algún gimnasio, así como moderar la ingesta de grasas y el consumo de alcohol. Desde ahora sólo probaré productos macrobióticos, cápsulas alimenticias y polvos energéticos. Actuaré desde un principio con decisión, con fortaleza. Sé que el camino será largo, duro y difícil. Pero el objetivo merece la pena. Hay que intentarlo. Desde hoy iré corriendo al trabajo, subiré a pata todas las escaleras que me encuentre en el tubo y haré flexiones en casa mientras me conecto a la red. ¡¡Actividad, actividad, actividad!! ¡Voluntad, voluntad, voluntad!

Me he comprado un chándal negro 100% algodón, una camiseta blanca sin mangas de lycra y unas zapatillas “proevolution X37”, con cámara de aire, estación climática y de control de los valores de grasa y tensión arterial. Me he dejado el sueldo en el equipo pero seguro que con ello mi voluntad de asistir al gimnasio aumenta. Ahora sí que me siento motivado. Hay espacio suficiente en mi bolsillo para llevar mi Glock, así que por ir desnudo no tengo que preocuparme. En cualquier caso puedo llevar mis kalis pegados a las piernas con cinta adhesiva, por si las cosas se pusieran estupendas.

Una interminable fila de cintas continuas y máquinas de poleas. El ambiente es un tanto sofocante. Hay mucha gente. La música estridente y machacona me eriza el vello de la nuca. Se oyen los gritos de los monitores, unos tipos cachas y uniformados: “venga, vamos, dale, corre, fuerte, vamos, dale, corre...” Entre la gente distingo un grupo de hombres altos, apuestos y bien definidos. Me recuerdan a las estampas de las pelis de romanos, aunque algo en sus maneras me parece que no encaja con mis recuerdos. Me acerco a unas de las máquinas. Es un armatoste enorme, todo metal y plástico, con unas poleas que ayudan a levantar decenas y decenas de kilos y que obligan a trabajar a un músculo en concreto, constante y uniformemente. Una maravilla de la ingeniería. En ella un tipo con un bronceado envidiable y una camiseta de tirantes a juego con unos pantalones que también parecen unos tirantes trabaja su escultural pecho. Le miro embobado mientras espero mi turno. Me mira. – Enseguida termino- me dice. Sin embargo, algo en su voz me hace ponerme en guardia. Soy como un felino. Echo mano a la Glock por si acaso. ¡¡¡Maldición!!! ¿Cómo la he podido olvidar en la taquilla? Él tipo de los tirantes-pantalones se levanta y me toca el hombro. – Ya puedes. He terminado. Es toda tuya- ¡¡Jo, se me ponen de punta todos los pelillos del cuerpo!! Qué cosa más extraña. Voy a echar mano a los kalis con un movimiento ágil, pero el tipo ya se contonea hacia otro aparato. Lo dejaré correr por esta vez. A mí nadie me toca.

Después de lo de la maquina de pecho y de terminar en una que imita el ejercicio en una galera he decidido correr unos cuantos kilómetros en la cinta sin fin. Hay un par de chicas corriendo. No tienen mal aspecto, y eso que el maquillaje les resbala por la cara arrastrado por el sudor. Me gustan sus camisetas y pantalones ajustados al límite, todo en ellas es bamboleo. Opero unos botones y salgo disparado por la cinta sin fin. ¡¡Joder, me voy a matar!! Los Kalis me impiden correr cómodamente. Casi llevo las piernas estiradas al correr. Debo de parecer un pato o un imbécil, tal vez ambas cosas. Me esfuerzo por aparentar normalidad y sonrío, aunque el ritmo que imprime la máquina convierte mi sonrisa en una horrible mueca. Ellas me miran, serias y sudorosas. Ellos prefieren no mirarme. ¡¡Malditos kalis!!

¿Por qué dirán que ir al gimnasio es tan bueno?

2 comentarios:

Tetra Brik dijo...

Estrella delincuente,
te meten en la celda,
escribes en la pared
córtate las venas,
maldita sea la ley.

Anónimo dijo...

http://blogs.hoycinema.com/han-solo